Cierto día los famosos gemelos Cuillor y Ducero fueron de visita a la casa de su amigo Mangla para solicitarle comida. Este les brindó chicha de chonta y de yuca. Cuando el tiempo y la conversación habían caminado un buen trecho, los gemelos se fijaron que, en una esquina del tambo, había algunas escamas de pescado. Indagaron el lugar de la pesca y Mangla les indicó que en una quebrada cercana, invitándolos a que participen, ishinga en mano, en esta actividad.
Cuando llegaron a la quebrada no encontraron nada. Cuillor y Ducero propinaron una larga paliza al mentiroso hasta que declare la verdad. Ya casi moribundo les narró que por las montañas de los Guacamayos crecía un árbol tan grueso y gigante que en su copa soportaba una laguna poblada de miles de peces, animales y aves.
Los visitantes presionaron para que los lleve hasta el lugar exacto donde crecía el maravilloso árbol.
Mangla y los gemelos iniciaron la marcha. Recorrieron chaquiñanes, sortearon pantanos, vieron una gran boa dormida; manchas de guadua se incrustaron en sus ojos. El frío se hacía más intenso. Por fin llegaron al sitio donde se erguía el descomunal árbol.
Los gemelos ayunaron tres días con sus respectivas noches para descubrir la forma de derribarlo. Nada vieron en este viaje hacia lo misterioso y sobrenatural.
Pidieron ayuda a los animales. Trompeteros, paujiles, guatusas, ardillas, pájaros carpinteros, quindes y armadillos trabajaron hasta el agotamiento en largas jornadas de sol a sol. Los turnos eran seguidos y sin periodos de descanso. El tronco fue limpiamente cortado.. pero el árbol no caía.
Un garrapatero que por allí pasaba se acercó a un gemelo y le informó al oído que el misterio no estaba abajo sino arriba. Graznando esto se elevó ante una estela de luto.
El gemelo tomó un brebaje de hojas y raíces acompañado de unas cuantas palabras mágicas. Convertido en ardilla trepó a la copa del árbol y quedó sorprendido ante una hermosa laguna.
Un bejuco que sobresalía del centro de la laguna subía vertical hasta el infinito.
Inmediatamente la ardilla se lanzó al agua: nadó ágil y rápidamente hasta el bejuco y con sus afilados colmillos lo cortó sin gran esfuerzo.
El árbol cayó al suelo.
El agua de aquella laguna se desparramó por doquier. Algunas piedras se partieron y los peces nadaron en las vertientes naturales que buscaban un cauce permanente. Las aves y toda clase de animales se refugiaron en la selva, allá donde los ríos se hacen anchos y navegables.