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EL NIÑO DEL ILA

HISTORIAS Y LEYENDAS DE TENA
A orillas de Jatunyacu existía una comunidad cuyo nombre se llevaron los lluviosos inviernos. Sus moradores vivían de la caza y la pesca.

Rusa, como cuando florecen los chucos, se había convertido en una hermosa joven. Abel, su vecino y compañero de correrías infantiles, puso sus oscuros ojos en ella. Era el despertar del amor.

El tiempo pasó disparando sus virotes en los días soleados. Abel bajaba todas las tardes al rio con el pretexto de pescar. Allí se hallaba Rusa con un puñado de ropa junto a una piedra de lavar.

El amor fue tomando la dimensión de una correntada. Toda la comunidad, a excepción de los padres, conocían del romance. Y sucedió lo que suele ocurrir cuando los amores son fuertes y verdaderos.

Al pie de un inmenso árbol de Ila unieron sus cuerpos y sus ilusiones.

Una mañana Abel, desafiando la creciente del río, trato de cruzarlo en una endeble quilla. Las aguas estaban turbias. Bajaban árboles y ramas. Remero y embarcación desaparecieron en un remolino.

Rusa se desconsoló ante la magnitud de la desgracia. Lloró con desgarradores lamentos. El rio fue su confidente y el árbol de Ila su apoyo y su sombra La soledad enflaqueció su cuerpo. La muchacha llevaba en su vientre una nueva vida.

Cuando ya no pudo ocultar su embarazo subió al árbol de Ila y se lanzó al vacío desde unos diez metros de altura.

Una vecina que madrugaba al rio encontró el cuerpo flaco y frío de Rusa cubierto de hojas y arena.

En las noches, cuando los solitarios transeúntes cruzan el lugar, escuchan nítidamente la voz de Abel pidiendo ayuda mientras un niño, al pie del ila, llora desnudo y lastimero.

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