Se sabe, por lo que cuentan los viejos, que por la cordillera Napo Galeras los pumas tenían sus guaridas y, desde allí amenazaban diariamente, a las comunidades aledañas
Una noche, por las cabeceras del Jatunyacu, apareció uno de estos felinos, gigante y batallador. Muerte, destrucción y llanto eran los rastros que dejaba a su paso.
Nadie se atrevía a salir de su choza. Los que lo hacían iban en grupos compactos, fuertemente armados, mirando a todos los lados.
Pese a esto, un temerario joven nativo, hijo del anciano brujo del sector, luego de haberse preparado durante varios meses, bajo la mirada atenta y severa de su padre, salió resueltamente a la selva para dar caza al puma.
Cuando había recorrido varias jornadas hacia el oeste, muy cerca de Galeras, allí donde nace el Verde yacu, sobre una roca, con ojos hipnóticos, estaba el asesino. Un frio sepulcral le recorrió el cuerpo. Retrocedió despacio e invocó la ayuda de los espíritus y antepasados. ¡Bebió, sin perder de vista al animal, una pócima que traía consigo y … oh! prodigio. Un valor venido de allende la cordillera se engendró en su cuerpo, y así, con decisión ciclópea se dispuse enfrentar a la fiera.
El gigantesco puma lo persigue. El joven se desliza veloz por desfiladeros, salta barrancos y se arroja las profundidades de los cañones. De pronto se encuentra en un callejón sin salida. Las paredes son altas perpendiculares. A duras penas logra trepar a una minúscula saliente. El puma le lanza escandalosos zarpazos. Su descomunal rugido pro una avalancha de piedras que lo sepultan para siempre.
El joven retorna al hogar y comunidad conoce su intrépida hazaña.
La leyenda dice que cuando la gente va al Verdeyacu a buscar oro, espesas nubes cubren la zona. El día se convierte en noche. Llueve. Crece el rio. Abajo… lejos… en el encañonado se escucha el rugir de un puma. Muchos se asustan y se retiran respetuosamente del lugar.
Es el territorio del puma, donde la realidad y la leyenda se unen junto a los lavaderos de oro.