Muchos años antes de la sublevación de Jumandi, más arriba de donde actualmente se asienta la parroquia Pano, vivían unas doscientas familias quijos procedentes de los algodonales (cantón Archidona)
Cuando se inicia esta narración el Jefe del grupo celebraba el nacimiento de su hijo a quien puso por nombre Pano, mientras que en la comunidad de Calvario una hermosa niña, Tena, hacia las delicias de la familia del curaca mayor.
El tiempo voló entre tucanes y azulejos.
Pano, robusto mancebo, diestro en el manejo de las armas, con un grupo de jóvenes de su edad ensayaba una larga partida de caza. Cruzaron lomas y planicies llenas de guaduales, guachanzos y pitones. Era la época cuando maduraban las guabas y las chontas. Las guantas y guatines se escabullían gordos y satisfechos.
Los muchachos, cansados del esfuerzo realizado, acamparon a la orilla de un río risueño de carachamas Cuando iban por el último mate de chicha se desgranó, como campanillas de fiesta, una mazorca de risas femeninas. Tena y un grupo de compañeras tomaban un baño al el recodo del río
De este inesperado encuentro nació el amor entre Tena y Pano. Comenzaron a verse diariamente en un lugar discreto y alejado de las murmuraciones. Pero como ningún secreto dura mucho tiempo el padre de Tena se enteró del romance y prohibió terminantemente que continúen las citas clandestinas. Tena estaba comprometida con el hijo de un gran cacique de las cabeceras del Misahuallí.
A partir de entonces cuando Patio, emocionado y sudoroso, llegaba al lugar de sus amorosos encuentres éste siempre estaba solitario; hasta las aves se habían alejado del sector. El joven cayó en un estado de depresión y mutismo. Su juventud se agostaba rápidamente sin que existiera enfermedad visible. Los shamanes se reunieron para estudiar el caso. Uno dijo que un poderoso banco de una comarca cercana le había enviado un mortal virote. Otro aventuró la posibilidad de que su cuerpo estuviera poseído por un supay maligno; un tercero sostuvo que Pana, simplemente, estaba enamorado de una bella y esquiva Princesa. Pese a estos diagnósticos y a la terapia que le impusieron el mal iba minando la salud del joven.
Pano, ante la total carencia de noticias de su amada, optó por la vía del suicidio. Decidió lanzarse al rio y desaparecer para siempre de la tierra.
Como lo planeó lo hizo. Mientras era arrastrado por las correntadas o daba vueltas en los remolinos iba murmurando su desgracia. Las piedras y bocachicos, los yutzos y pindos, las guabillas y orquídeas, los quindes y las mariposas morfo, las apancoras y los grillos, todos se enteraron de sus cuitas.
Una tarde, cuando Tena, triste y resignada a su suerte, tejía sin prisas ni ilusión, una ashanga para transportar los productos de la chacra, un Pingullopishco que se posó en una rama cercana, le contó el triste final de Pano.
Agobiada por el dolor decidió seguir la suerte de su amado. Huyó de la casa paterna. Corrió y corrió por senderos y barrancos, por playas y chaquiñanes. Se lanzó finalmente al agua y bajó dando tumbos las piedras o tostándose al sol remansos.
Un día localizó a su amado que bajaba llorando su desgracia las aguas entre las aguas del Pano.
Rendida de amor se lanzó a sus brazos. Juntaron sus palpitaciones y se hicieron uno para la eternidad.
Pareo y Tena se engendraron solo rio: el Tena que desde entonces baja rumoroso y alegre lamiendo blancas playas de yutzos y guayabas fragantes.