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EL USHUNTI

HISTORIAS Y LEYENDAS DE TENA

El tranquilo Arajuno, de tibias playas pobladas de frondosos pacayes que plácidamente extienden sus robustos brazos hasta acariciar las aguas formando exóticos bohíos, es rio de singular belleza.

De rato en rato, repentino soplo del rio al glauco follaje de los pacayes se levanta bullicioso, y en respuesta, cual generosos abuelos, arrojan al agua cantidades de dorados y dulcísimos frutos para deleitar a vistosos cardúmenes de jandias y bocachicos.

De sus orillas, infinidad de salvajes criaturas, recogen de la arena las frutas que cayeron a las playas.

A poca distancia, a ambos lados del rio, prominentes elevaciones custodian el valle y son vivienda de infinidad de aves y mamíferos.

El tranquilo Arajuno, de tibias playas pobladas de frondosos pacayes que plácidamente extienden sus robustos brazos hasta acariciar las aguas formando exóticos bohíos, es rio de singular belleza.

De rato en rato, repentino soplo del rio al glauco follaje de los pacayes se levanta bullicioso, y en respuesta, cual generosos abuelos, arrojan al agua cantidades de dorados y dulcísimos frutos para deleitar a vistosos cardúmenes de jandias y bocachicos.

De sus orillas, infinidad de salvajes criaturas, recogen de la arena las frutas que cayeron a las playas.

A poca distancia, a ambos lados del rio, prominentes elevaciones custodian el valle y son vivienda de infinidad de aves y mamíferos.

De cuando en cuando se escucha amenazador el bramido del tigre, imponiendo un silencio profundo a la salvaje actividad de la comarca.

Esta naturaleza libérrima y salvaje atrajo al hijo de la selva. Orillando el Misahuallí y luego el Napo 35 familias quichuas se encaminaron al valle. Huían de la maldad y opresión del hombre blanco que a nombre del gobierno del cual nada recibían, les imponía el pago de impuestos en raras monedas que las conseguían a cambio de manojos de oro, para lo cual debían pasarse semanas enteras en las playas ardientes. El oro no cubría jamás los requerimientos del blanco. Al final quedaban como deudores permanentes. Se les exigía fiar en las tiendas cosas innecesarias, razón por la cual huían y presurosos; como las aves en el espacio, buscaban la libertad.

Del éxodo nadie sabía, excepto el padre Vicente, jesuita español de noble estirpe, sevillano de bondadoso aspecto, enérgico temperamento y corazón generoso; decían que era pariente de fray Bartolomé de las Casas. Antes de despedirse los bendijo con la promesa de visitarlos durante las navidades.

La caravana dejó el Napo en el sitio donde más se acerca al Arajuno y silenciosamente se encaminó al este. A sus ojos se abría el valle de la libertad. Aquí pescaron, cazaron; aquí se sintieron libres. Aquí los encontró el padre Vicente durante las navidades

Pensó y confiaba el padre Vicente con este montón de yumbos formar un pueblo ejemplar. Afanosos buscaron un sitio donde poder vivir y lo hicieron en el Ushunti, en la curva donde el Napo remoja sus aguas inquietas, lugar seguro y hermoso adornado de redondas piedras y fértiles orillas.

Cerca de la desembocadura, tras un gigantesco árbol de Ahuano que marcaba la entrada, edificaron el pueblo. Al Arajuno lo reservaron para la alimentación.

El padre Vicente, arquitecto, dirigía y cuidaba la obra. Allí levantaron su iglesia y fueron libres y felices.

Por 1980 Ahuano era un pueblo próspero y ejemplar, único por su organización e independencia. El río Napo les proporcionaba bastante oro para la venta. EL sacerdote les proveía de lo necesario para vivir. El alcohol, vicio del indio en los pueblos ignorantes y atrasados, no tuvo entrada en Ahuano.

Una enorme campana fundida en los viejos talleres sevillanos y traída por el padre Vicente repicaba mañana y tarde, llamando a trabajar u orar, real testimonio de esperanza y fe.

Las madres del Buen Pastor dos veces visitaron el pueblo y planearon construir una escuela junto a la esbelta capilla. Y los preparativos se iniciaron.

El bienestar y la libertad remaban en el Ushunti. La idea de todos estaba en el porvenir del pueblo de Ahuano, bautizado así en honor al árbol que atalayaba la entrada.

Pero aquel Domingo de Ramos un fatídico presagio invadió el espíritu del padre Vicente. No todos los niños asistieron a misa. Faltaba el bullicio de fiestas anteriores cuando los pequeños llenaban la iglesia con palmas de shigua entretejidas con flores silvestres. Algunos adultos se retiraron de la iglesia apenas terminó el sermón…

Pese al cielo claro y refulgente, trémula y triste fue la tarde en el Ushunti. Un extraño vientecillo hacía volar las hojas de los árboles, todas con dirección al Napo. Atrás, el Sangay tenía un color desacostumbrado. El mismo sol parecía huir del firmamento dejando al cielo con un color de muerte.

Por la noche, en el Ushunti, la gente gritaba desesperada: «muru ungui, muru ungui»! . El padre Vicente no sabía a quién atender primero

A la tarde del día siguiente el pueblo de Ahuano se cubrió de luto. En el Ushunti se inauguró un lloroso cementerio

En el Ushunti la Semana Santa fue de días de pasión y muerte. El viernes, con los pocos hombres que quedaban, el padre Vicente hizo bajar de la torre la vieja campana que apenas una semana atrás tañía alegremente. En medro de un mortal silencio, al pie del Ahuano, abrieron una fosa y sepultaron el enorme bronce

Concluida la empresa los cinco sobrevivientes se fundieron en un abrazo y lloraron la suerte del Ahuano. El padre Vicente se despidió del lugar con una bendición. Sus lágrimas regaron un largo tramo del sendero

Dolido el Napo cambio de curso y ocultó la entrada del cementerio del primer pueblo de Ahuano, mientras que por orden del Gobierno el padre Vicente y toda la Compañía de Jesús, así como las madres de Buen Pastor, abandonaron para siempre las selvas amazónicas del Ecuador que quedaron a merced del cauchero y el patrón

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