Camino a Misahuallí, a 6 km de Puerto Napo, en la comunidad de Latas vivía una familia dedicada a lavar oro en las orillas del río Napo.

Un día la madre lavaba ropa mientras su pequeña hija jugaba tranquilamente en la playa. Tan concentrada estaba la señora en su duro trabajo que no se percató que la niña se acercaba peligrosamente al agua. Una corazonada la obligó a levantar su cabeza. Tarde la niña era arrastrada por la corriente; su cabecita, a instantes, aparecía en la parte alta de las olas.

Yaya Dios… Yaya Dios – implora a gritos la madre. Oh! sorpresa, la niña retoma en la boca de una inmensa boa que la deposita sana y salva en la mismísima playa. La señora llora y sonríe agradecida.

Desde entonces la boa se convirtió en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando los padres salían al trabajo cotidiano, el reptil se encargaba del cuidado de los niños.

Pero un día cuando los esposos fueron al monte en busca de cacería, la boa no llegó a vigilar a los niños como solía hacerlo… Un inmenso y hambriento tigre se hizo presente con intenciones malignas.

Los muchachos desesperados gritaron «yacuman amarun..! El reptil al oír las voces salió del agua y deslizándose velozmente entró a la casa y se colocó detrás de la puerta para recibir al tigre que trataba de colarse sigilosamente en el hogar de sus amigos.

La lucha fue a muerte. La boa se enroscó en el cuerpo del felino pese a las dentelladas de éste. Al final ambos quedaron muertos.

Cuando regresaron los padres recogieron ceremoniosamente los restos de su amiga y la velaron dos días para luego enterrarla con todos los ritos que se acostumbra para con los seres queridos.