La comunidad de Huayrayacu, fundada en 1968 y compuesta de 88 familias, se encuentra al pie del cerro Huayrapungo, al norte del centro poblado de Muyuna.
Hace tantos y tantos años el joven Pigru (Pedro) acompañado de su perro, seguramente flaco, cortado las orejas, el rabo y con nubes en los ojos, salió rumbo al cerro en busca de aventuras. Llevaba apenas una lanza en la diestra, un maito de chicha y un pequeño pilche.
Conforme caminaba la selva se volvía más densa. Muchos animales pequeños cruzaban el chaquiñán; él quería una pieza grande. Ascendió mucho… un frío denso lo iba apretando sin que él se diera cuenta.
Serían las seis de la tarde cuando escuchó un silbido agudo. El perro paró en seco y levantó sus orejas retaceadas. Pigru se puso tenso. A los pocos minutos el perro que abría la marcha se colocó detrás de su amo.
Cuando llegó la noche el cazador buscó un lugar seguro entre grandes árboles de copal; prendió una fogata, construyó una enramada y luego de beber su chicha se acostó a dormir. En su sueño una muchacha muy bella salió a su encuentro y lo invitó a conocer un país maravilloso.
Al cabo de algunos días el perro regresó solo a la comunidad. El brujo explicó a los amigos y parientes del desaparecido que era necesario tomar ayahuasca y viajar al mundo de la muerte y los espíritus para indagar el destino de Pedro.
Concluidos los ayunos rituales el brujo dijo que Pigru se hallaba en el lado izquierdo del cerro, que lo busquen cerca de una correntada del río, que no lleven mujeres.
Para el rescate partieron quince hombres. La primera noche acamparon entre risas y recelos. Luego de comer, tomar chicha y fumar, se quedaron dormidos.
Al día siguiente prosiguió la búsqueda. Cerca de un riachuelo encontraron un pedazo de pantalón. A mediodía, cuando parecía que el tiempo se había detenido, rompiendo un silencio que se lo podía tocar con los dedos, se escuchó un prolongado silbido… Más adelante se oyeron risas que venían de algún lado de la selva.
Los silbidos y las risas se repetían… eran enloquecedores. Cuando decepcionados por no hallar a su amigo, intentaron retomar a casa, no hallaron el camino. Debieron someterse a un rito de ayuno y tabaco, como los había recomendado el brujo, para salir del cerro.
Nadie se atreve a subir al Huayrapungo en condiciones normales Se debe hacerlo en ayunas, sin compañía de mujer y con la fe ciega de que se va a regresar a casa.
Domingo, el brujo que vive en las faldas de la montaña, prepara a los más atrevidos para que puedan efectuar el viaje.
El cerro definitivamente está embrujado. Cuando el viento helado acaricia el rostro del ser humano, éste ya no puede volver. Solo fumando mucho tabaco antes de dormir se alejan los espíritus y la brújula mental señala el camino a casa.