Hace cuarenta y tantos años deambulaba por estos bosques un yumbo esmirriado, de semblante repulsivo, que iba dejando a su paso virotes y enfermedades, dolencias y muerte.
Era el terror de la región. Si alguien enfermaba, es que Pacai le había mandado un virote: si una mujer no podía dar a luz, es que Pacai le había amarrado los ovarios; si alguna epidemia invadía una zona, es que Pacai había soltado sus diabólicos maleficios; si un hombre estaba de mala suerte para cazar es que había olvidado pedir amparo y protección a Pacai.
Su tambo era el más concurrido de la comarca donde los clientes debían guardar riguroso turno. Todos traían maitos de delicioso pescado asado en hojas de plátano, ya una pava de monte, un paujil, un mono, una pierna de danta o huevos de charapa.
Un día enfermó la dueña de la casa grande. Pacai a instancias del marido y con la promesa de recibir una buena paga accede a practicar la pucuchina (sacar el mal del cuerpo enfermo)

En la noche, ya en casa de la enferma y con la asistencia de dos muchachas jóvenes, el brujo bebe ayahuasca y entra en violento trance que lo lleva a los límites de la locura.
Poco a poco reacciona y cuenta que con su amigo supai ha recorrido todos los rincones del mundo donde ha visto gran cantidad de virotes envenenados. Empieza los pases magnéticos; chupa con violencia, hasta dejar moretones en la parte adolorida de la enferma; sus impúdicas manos recorren hasta las zonas íntimas de ese cuerpo inerte.
Tras horas de manipuleo, cuando los indígenas cansados empiezan a dormirse, el brujo cobra el «derecho de pernada», sin protestas del marido de la víctima quien íntimamente se siente orgulloso que el gran Pacai comparta su amor.
Al final de la ceremonia y cansado de ostentosas succiones y soplos de aguardiente y cigarrillo saca de su garganta piedras cristalizadas, virotes, huesos que, dice, son producto de la brujería efectuada a la mujer por otro brujo.
El tratamiento debe continuar por ocho noches consecutivas. Los comentarios e insinuaciones que esta receta provoca son apagados con el sacramental- «Ñucanchi runara mana imananchi» (entre indígenas no pasa nada)
La ashanga de Pacai está llena de buena ropa; la comida no le falta, lo mejor es para él, su prestigio es inmenso, su palabra, el Evangelio. Nadie se opone a sus deseos
Si le dice a uno «Tu hija debe casarse con el fulano» la orden debe cumplirse aunque los «novios» siquiera se conozcan
Pacai no teme al blanco pero si a la maquinilla eléctrica que tiene el policía para hacerlo confesar. Lo demás…. Puaf… le da asco. Si por ser brujo cae preso y lo mandan a limpiar la plaza, sus amigos y parientes harán el trabajo puf el
Pero, que no usen maquinilla eléctrica porque borra para siempre todos los poderes sobrenaturales que tienen los brujos